Mi monstera madre me ha dado la alegría de la primavera. La compré al venir a esta casa, compartíamos habitación desde el principio, y siempre me colmó con nuevas hojas de su verde intenso que luego iban matizando en un verde más maduro.
Le saqué varias hojas sin quitarle un ápice de su profusa elegancia. Era fértil. Hice nuevas plantas. Las regalé con un orgullo inmenso. Por eso ella siempre será la madre. Mi tía tiene una monstera hija que se ha hecho gigante, ya la ha trasplantado dos veces. Es una maravilla.
Este pasado año ha sido un poco trágico en lo que a mi compañera se refiere. Enfermó y empezaron a ennegrecer todas las hojas, perdió lustre y temí por su continuidad.
La trasplanté, probé varias cosas, hasta dar con que era un hongo. Entonces fungicida, pero parecía lento, seguía sin verla bien.
Ha sido doloroso verla decaer, y con la incertidumbre de si va a sobrevivir. Renozco que algunos días la ignoraba, prefería no verla para no sufrir. Seguramente esos días grises con poca energía y de recogimiento.
Pero esta primavera me ha dicho que sí, que vive, y sus las pequeñas plantas, hijas de esta, también. Una es un milagro porque apenas tiene dos hojitas negras y fofas, pero estaba cogida a tierra.
Soy feliz de verlas, la rapidez con que los nuevos hijos se transforman me alimenta cada día.
#quetedicenlasplantas Me dicen que la paciencia se premia, así como el cuidado y el cariño. Quizás no siempre, pero sí muchas veces. Y cuando ocurre es una de las pequeñas grandes cosas de la vida. Las que nos hinchan el alma. Las que nos salvan.
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